Museo Jumex alberga la obra escultórica de Alexander Calder
La muestra comienza con una presentación de las esculturas de alambre, o los objetos sin masa de estética orgánica. Éstas alcanzaron la madurez en París y fueron la primera invención reconocida de Calder. La pieza central en el Museo Jumex será un imponente retrato casi de tamaño natural: Aztec Josephine Baker (1930), que es una descripción articulada de la sensación del cabaret parisino. También podrá verse The Big Ear, pieza a gran escala creada en 1943 para la retrospectiva de Calder en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, entre otras.
La escultura de Calder fue reconocida y celebrada por sus amigos y colegas de Latinoamérica. A partir de 1948 y por el resto de su vida, una atracción mutua lo indujo a viajar en numerosas ocasiones a México, Venezuela y Brasil. Conoció a muchos artistas e intelectuales mexicanos notables, como Rufino Tamayo, Manuel Montiel Blancas y Fernando Gamboa, entre otros, pero su amistad más cercana fue con Mathias Goeritz, quien le escribió por primera vez en 1967 preguntándole si estaba interesado en hacer una escultura para las Olimpiadas de 1968 que se celebrarían en la Ciudad de México. A finales de ese año, Calder y su esposa, Luisa, viajaron a la Ciudad de México para supervisar los trabajos de la pieza, que finalmente se llamaría El sol rojo y, durante su estancia, se hospedaron un tiempo en la casa de Goeritz. A partir de esa visita se inició una amistad entre ambos que duraría hasta el final de la vida de Calder. Ambos mantenían correspondencia afectuosa y se propusieron verse cada vez que sus caminos se cruzaran durante sus viajes. Poco después de la muerte de Calder, en noviembre de 1976, Goeritz lo recordó conmovedoramente en un tributo que publicó en la revista Obras.
Es importante recordar que el padre y el abuelo de Calder fueron escultores clásicos y que su madre fue pintora. Él creció rodeado por el movimiento Arts and Crafts (Artes y Artesanías) estadunidense y fue alentado a crear desde una edad muy temprana. Cuando se mudó a París, en 1926, su invención de la escultura de alambre y luego de la móvil fue radical e impresionante, aún entre sus contemporáneos vanguardistas.
Calder aprovechó el movimiento literal y el contexto de la cuarta dimensión en tiempo real, también conocido como experiencia del tiempo presente, y sus obras crean una manera nueva de percibir el espacio: cuando vemos un objeto en movimiento, nuestros cerebros inmediatamente piensan que estamos viendo algo vivo. Por supuesto, volvemos a la realidad rápidamente, pero durante ese primer momento en el que no sabemos qué pensar, tenemos una experiencia extraña. Esta es solo una de las numerosas maneras en las que su trabajo abrió el camino hacia las posibilidades futuras y sentó un precedente para muchos artistas contemporáneos del presente.
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